—«Los i-nu-its ha-cí-an con-cur-sos de can-tos»—silabeaba French de un libro escogido del estante. French apenas sabía leer.

Las bibliotecas para la periferia de las PWAs tenían un horario muy amplio. De 8:00 am a 10:00 pm estaban abiertas.

Circulares como parecían, en realidad, eran viejos edificios de viviendas reconstruidos por el grupo PWA a modo de renta básica cultural para los sintecho.

De circulares nada. La ilusión óptica – y tan ilusión-  de esta falsa percepción lo tiene el narrador; que quedó pasmado una vez, en algún lugar, en una de las  secuencias de «El cielo sobre Berlín»; del que apenas sabe recordar su espíritu de road movie.

French era un idiota en algunos de los sentidos del término. Busquen la palabra en el diccionario y verán cómo una de las acepciones no encaja del todo entre las demás. Para todos los gandules del mundo les facilitaré la tarea: idiota también significa algo así como «de naturaleza o carácter único», «idiosincrático»; inclasificable. Bueno, nadie quiere que lo clasifiquen, pero hasta para los inclasificables hay una palabra. La gente ignora que apenas queda espacio para la libertad.

Pasado ya por múltiples psicopatólogos, French conocía sus leyes, costumbres y jurisprudencias. No había test de patrón neuronal que no supiera sortear. Era un tipo afortunado e ignorado, gracias a Dios. No había pastilla psicoactiva que no hubiese probado o experimentado. A veces cobraba por ello, por necesidad; otras lo hacía con mucho gusto; pues también era French un toxicómano de tomo y lomo; sí señor, un gran toxicómano.

Diagnosticado por los entonces psicológos como paranoico maniaco-depresivo, con la nueva psicopatología, pasó la lista de síntomas a denominarse: prueba de patrones neuronales — especies de mapas mundi aparecían en un pantalla cristalina representando esquemas relucientes, brillantes, desestabilizados pero corregidos por el algoritmo aplicado.

Cuando las puertas cerraban y si quería, se quedaba dentro a dormir. Desbrozaba meticulosamente la estantería de antigua prensa escrita y se tapaba como quería, y de sobra calentito que estaba. La mayoría de las veces apenas bastaba con uno o dos periódicos.

 

Dormía y soñaba recitando poemas como el siguiente para conciliar el sueño, valga la abundancia de la expresión:

-La fresa de farsa con compartir basta.

-La estofa de la comparsa me gusta.

-Pero como idiota que soy a nadie importa

la impronta de mi idiosincrasia.