— Europa termina, la historia terminó hace ya tiempo. —-Con estas palabras y sin apenas introducción, empezó Fukusima su conferencia.
Los trenes y sus estaciones; los aeropuertos con sus terminales, las grandes carreteras principales que conectan las grandes ciudades antaño símbolos de recientes imperios, han llegado a su fin. Todo es tan grande, grande grandísimo, que colapsará por su propio peso. Pero no hay que apresadumdrarse, ni caer en grandes pesares; no.
—Soñaba el otro día, si me permiten la intromisión en su fantasía, que se desplomaban pumbleas, o sea, grandes y pesadas, la Torre Eiffel de París así y el pirulí de la plaza Alexanderplazt en Berlín. Las imágenes de tales edificios principales se me aparecían caídas la una contra la otra y tejidas, formado una cruz, por arañas de Marte. Imperiales hilos, que debían de significar, por supuesto y no faltaría más, cables: de tranvía u otro tipo de tendido eléctrico. Estos cables anudaban los despojos dejando al desnudo sus cimientos de plomo, hierro y cemento. De las arañas marcianas no sé qué decirles. Habrán de interpretarlas ustedes mismos. Pero de las apariciones arquitectónicas imperiales sí podría decirles alguna cosa más; no muchas. No vayan a creer que el asunto es sencillo. Lo voy a intentar explicarlo a la hegeliana, o a la remanguillé, que es lo mismo: la culpa del desplome de las dos masas verticales es un tal Le Corbusier: el animal que revolucionó la forma de construir. Le Corbusier produjo el pasto donde venían a comer los museologistas postmodernos.
Un señor de entre el público intervino intespentivamente levantando la mano:
— Hola mister Kawasaki. Me llamo Paco, Paco Martínez Soria, no sé si habrá oído hablar de mí, pero soy muy famoso en España por mis películas y chistes antiguos y barrunto que estos absurdos de los que usted nos habla son como los grandes y pesados chistes míos del presente—Afirmó un tanto abrumado Don Paco. La historia es un invento de los locos; pero para mí es un chiste de lo míos: ya sabe, sureño, católico , ineficaz y surrealista.
— Pues empezamos mal porque me llamo Fukusima y no Kawasaki—Contestó contrariado el conferenciante.
— Perdón pues, señor Fukuyama. Pero yo había oído que el fin de Europa lo pensó un tal Kojeve. Y que después de sus estudios se dedicó a la construcción política de la Europa misma.
—- Me llamo Fukusima, Fukuyama es otro — Fukusima empeza a cargarse de peso ante el tamaño grande de ignorante que osaba enfrentársele. Permítame que insista en mi tesis: Europa dejará de existir, mister. Primero por su peso histórico, que no puede aguantar más; y segundo porque mi sueño lo confirma —Replicó el innombrable japonés. Y me importa un bledo ese tal Kojeve; por cierto, con la pinta que tiene usted, perdone, ¿cómo sabe algo de alguien que estudió cualquier cosa y luego se dedicó a levantar Europa?
— Porque lo he soñado y porque me lo dicen los pájaros de mi pueblo. ¡Menudos pájaros tenemos allí! Pájaros en los dos sentidos, ya me entiende —Dijo Don Paco.
— Pues no, no entiendo una mierda. ¿Y podría dejarme continuar con la conferencia, Don Paco?—Adujo hartito Suzuki o como se llame.
Solemnemente, en sintonía con el lugar y el resto de asistentes, el japonés siguió exponiendo su teoría.
Ahorro al lector la pesada carga de lo que se dijo durante el resto de la conferencia.