Esta es la historia de la palabra «atávico». Ya sabéis que ahora se escribe «atavic@», pero como historiador del lenguaje no puedo resistir la tentación de hacer algo de memoria pasada comparando con su uso presente. Y tampoco lo hago por hacer la puñeta a los que reclaman la vuelta al antiguo uso, ni mucho menos, ¡que va!; mi interés es puramente teórico.
«Atávico» proviene del griego «atusia», sustantivo con dos acepciones; primero significa «repeinao» y segundo sustancia asquerosa hecha de vello. Las etimologías bien pueden ser contrapuestas, como en este caso bien se aprecia. Después pasó al latín con la nomeclatura de «atus», significando pertenencia al «cuarto abuelo» o a un «antepasado». Bueno, esto en un principio. En comparación con el uso actual de «atavic@», y para que nos hagamos una idea, éste refiere a «comportamiento que hace pervivir lo agrario», y también a «reaparición en los seres vivos de caracteres genotípicos y fenotípicos de sus ascendientes más remotos».
Yo tenía una abuela que corrobora, en parte, el origen de la palabra; de pelo cano, largo, enredado y asqueroso. Propietaria de extensos campos de naranjos, los labraba ella misma subida a su tractor para ahorrarse los jornales de sus empleados de lo enferma de avaricia atávica que estaba. Siempre estaba en fase. Me explico: sus ritmos biológicos acompañaban a las vicisitudes del sol en su tránsito alrededor de sus anegadas. Es decir, trabajaba de sol a sol como una perra; mientras las amigas que hubiera podido tener, se repeinaban frente a los relucientes espejos del balneario del pueblo.
Otro antepasado mío emigrante, tenía los ojos color azul atunado, como yo. Rebuscando entre las hojas parroquiales, que todavía existen, que nadie se engañe en esto, resultó que era mi quinto abuelo. Por muy poco. Este quinto abuelo mío emigró a hispanoamérica a plantar abedules para producir esta clase de madera. Yo odio lo agrario, y éste abuelo, y aquélla, amb@s, eran ricos terratenientes.
Un estudio más preciso de la historia de mi palabra, que ahorro al lector en sus detalles, me reveló que los avatares atávicos se relacionaban también con la práctica de ritos negros, en los cuales, como es bien sabido, son la causa de contagios, «karm@s», males de ojo, transferencias y supersticiones; y donde lo más salvajemente desconocido se hacía presente en la retina de todos: apariciones fantasmáticas con derechos de venganza que reclamar. Y posiblemente con justicia, todo hay que decirlo.
Un antropólogo nietzschiano que estudia las ciudades transhumanas, ha descubierto recientemente la práctica actual y habitual de transfiguraciones de aquellos ritos negros. En la revista «Antropología Transhumana» publicó un artículo en el que describía varios de estos ritos. Se trata de lo que él mismo ha acuñado con el nombre de Ritos Madre Tierra o Ritos Perros de Paja. Las notas comunes a estos ritos actuales son, a grandes rasgos: la invocación del Planet@ Tierra y a sus Perr@s guardianes. La ofrenda a éstos de objetos hechos con horrendos cuernos de ciervo y ramas de naranjo de terroríficas y enigmáticas formas. Este sacrificio intenta calmar las eternas y atávicas ansias de venganza segura, cierta e implacable de estos sus dioses.
Como conclusión he de añadir que los términos «atávico» y «atavic@», en sus bases fundamentales, son lo mismo; y que por lo tanto, son un simple caso más de sinonimia caprichosa y desnortada.