La política en el libro VIII de la República
La política es la capacidad que poseen individuos o grupos de afectar, influir y controlar coactivamente y según su voluntad, la conducta de otros individuos, grupos o colectividades. El poder -poder y política son sinónimos-es un fenómeno social universal, es decir, se encuentra en todos los niveles de una estructura humana dada. Hay poder en el seno de una familia, de una empresa, de una comunidad de vecinos y al nivel del Estado. No hay estructura social, sea de la índole que sea, o del tamaño que tenga, en la que no haya una ordenación política, es decir, un poder que dirija el comportamiento de unos individuos o grupos sobre otros.
El mito de la Edad de Oro en Platón.
Unas pocas líneas más arriba se ha dicho que “no hay estructura social, sea de la índole que sea, o del tamaño que tenga, en la que no haya habido una ordenación política”.
Esto, sin embargo, no es cierto del todo. No siempre ha habido “política” en el mismo sentido en cómo aquí y ahora la entendemos.
Los hombres han acostumbrado a creer que hubo un tiempo en que la política no era necesaria. Un tiempo en que el hombre vivía feliz junto a otros hombres sin necesidad de instituciones políticas de ninguna clase. Sin necesidad de aparatos burocráticos encargados de promover ideología para la perpetuación de una situación que beneficiaba a una clase especial de seres humanos: los ricos y sus gobernantes.
En esta vida primera, sin política, y como si fuera la Tierra el lugar hecho por los Dioses o Dios para el hombre (un el paraíso terrenal), se gozaba de las cualidades morales de bondad, sencillez y sinceridad. Ni la envidia, ni el rencor hacían presa en el corazón de los hombres. Así pensaba el romántico, nostálgico e idealista en exceso de Rousseau, por ejemplo.
Un ejemplo de esta tendencia humana a pensar en un pasado mejor (y sin necesidad de la política), en un tiempo paradisíaco perdido, nostálgica, romántica y regresiva en el sentido psicoanálitico, lo podemos ilustrar con Platón.
En el libro VIII de la Republica, Platón nos cuenta en forma de mito el continuo y cíclico ascenso/declinación del hombre y su sociedad.
Pero antes de narrar el mito, hemos de recordar algo sobre los griegos. Los primeros filósofos, no podían concebir que algo pudiera surgir de la nada.
Que de la nada se origine el universo, es una creencia propia de nuestro pensamiento occidental y cristiano. El occidente cristiano tiene una visión lineal del tiempo. El mundo surgió de la nada por el acto creador de Dios en un momento determinado, y va avanzando uniformemente, desde el paraíso de Adan y Eva, hasta el final de los tiempos y el juicio final, donde las almas de los no pecadores serán recompensadas.
Los griegos, en contraposición, creían que el tiempo era cíclico, no lineal. Se representa mejor con la imagen de un círculo; no como una línea recta. El universo siempre ha existido y los acontecimientos que ocurren en él, se vuelven a presentar, con el devenir, repetidamente. Por tanto, es necesario que en algún punto del tiempo las cosas, y con ello también la vida del hombre, haya comenzado a declinar. El tiempo es el paso, de una vida plena y feliz para el hombre, a otra desdichada y desordenada; y de ésta, se pasará de nuevo a aquélla. Y así siempre, en un continuo ciclo eternamente repetido.
El mito cuenta lo siguiente: al comienzo, en este nuevo y repetido comienzo, los hombres tienen que luchar contra los animales, pero no tienen que competir entre ellos. No existe la pobreza, ni la riqueza.
En este nuevo comienzo, los hombres son ingenuos e inocentes. Lo que creen que es bueno, lo consideran como la cosa más cierta del mundo. No dudan de lo que creen y se conforman con ello. Lo que se decía sobre los dioses y sobre los hombres, lo tenían por verdadero. No había en estos hombres anteriores ni desmesura, ni ambición, ni injusticia, ni rivalidades, ni envidias.
No hacía falta la política. No necesitaban leyes escritas; bastábales con las costumbres, esas “leyes” que se califican como “tradicionales”.
Vivían con frugalidad, con muy poco. Cada cual, obedeciendo al más anciano como a un padre benévolo, vivía tranquilo en la autarquía.
Pero era necesario y natural que se impusiera un cambio de dirección y su modo de vida empezara a declinar.
Las familias en las que vivían empezaron a aumentar en número y fue preciso que se reunieran para formar más vastas comunidades: “un número mayor de individuos se juntan en comunidades, constituyendo más amplias organizaciones políticas, y empiezan a roturar los terrenos al pie de los montes para los primeros cultivos, y para defenderlos de las bestias salvajes lo protegen con setos y vallados a guisa de murallas, formando así una comunidad única de alguna importancia.”
Ahora bien, cada uno de aquellos grupos representado por el más anciano, aportaba, en el momento de confederarse, determinadas costumbres relativas a los hombres y los dioses que le eran propias.
Fue necesario que se implantara la unidad en esta diversidad, y apareció la política. Hubo que designar legisladores que hicieran las reglas. Y hubo que nombrar un gobierno que las aplicara.
A partir de este momento, comenzará la degeneración, el caos reinará poco a poco por doquier, y el hombre tendrá que volver a comenzar después de este período de devastación. En última instancia, no hay razones ni causas a este declinar, a esta degeneración, porque pertenece intrínsecamente a la forma griega más profunda de pensar el tiempo.