La imagen y la historia
En su artículo “La época de la imagen del mundo”, Heidegger, caracteriza la época moderna como, entre otras cosas, la que hace del objeto de la historia un realidad muerta; una realidad sin “creación en dirección al porvenir”. Esto es: lo que la historia estudia no sirve para proyectarse hacia el futuro, no tiene uso, no se puede aprender nada de ella en aras de lo que ha de venir. Podemos comparar algunos hechos en relación a nuestra época, pero esta comparación comprenderá, interpretará, pero no será aprovechable para el carácter de agente humano. También la época moderna en este artículo heideggeriano se muestra en el planteamiento de que el pensamiento y la libertad de decidir se separan de la vida cotidiana de la persona, del sentido común, dejando al hombre frente la posibilidad de: o la resolución, o la huida a la ahistoricidad. Esto es, otra vez, la inutilidad de la historia, y que esta vez se nos ofrece en una índole dilemática.
Lo que este autor nos propone es asumir el modo de ser moderno como el único desde el que partir hacia otra forma de ser, y sin ningún apoyo; este asumir es “para que la transformación del hombre se convierta en una necesidad surgida del propio ser (…), y para que la Edad Moderna, gracias a su esencia, alcance una originariedad de la meditación [su realidad esencial habría que entender], para la que tal vez estemos preparando ya algo los que vivimos, pero que no podemos llegar a dominar todavía.” Esto de “originariedad” significa tanto novedad efectiva real, como única situación desde la que partir.
El arte y la cultura del hombre, y el cuidado de ella
En este artículo Heidegger habla de otros dos fenómenos de la época moderna que a esta web o blog interesan mucho: el arte y la cultura como imagen.
De la primera dice que la modernidad ha hecho de la obra de arte objeto de vivencia, la obra de arte expresa la vida del hombre. En esto veremos que sus expectativas han sido superadas. En especial por todo el entramado del arte contemporáneo.
De la segunda dice Heidegger que el obrar humano, es decir, lo antropológico, “se interpreta y realiza como “cultura”, y principalmente como, “del cuidado de los bienes más elevados del hombre. La esencia de la cultura implica que, en su calidad de cuidado, ésta cuide a su vez de sí misma, convirtiéndose en una política cultural.”
Impresiona constatar el carácter profético que tienen filósofos como Heidegger. Un ejemplo ilustrativo de ello es cómo parte de las “políticas culturales” de ciudades grandes y pequeñas “plantan” sus estremecedores edificios de museos de arte contemporáneo a manera de emblemas y grandes imágenes de poder, progreso, prosperidad y fascinación por la cultura moderna y contemporánea.
Un descomunal ejercicio de narcisismo a gran escala, la separación de la naturaleza, la conversión del hombre en Dios y en su autoadoración delirante.
- Eco y narciso
- Eco
- Puro narciso
La imagen del gran hombre
Si añadimos el quinto fenómeno que caracteriza a la era moderna según este autor, que es la desdivinación o el estado de duda con respecto a los dioses, que queda suplantada por el “análisis histórico y psicológico de los mitos”, el resultado es el “todavía más” de la necesidad de asegurar la imagen misma del hombre, e incluso más que eso: es concebir el mundo como imagen, concebirlo y representárselo como imagen para él y de él; ya desdivinizado, investigado, transformado, y posiblemente “transhumanizado” en su imagen. Y quizás también en realidad.