BUSCAR MI SITIO, FILOSOFÍA Y CINTA DE MOËBIUS
Seguid el camino de cualquier hormiga y veréis que, cuando da una vuelta completa aparece en el mismo sitio, en la misma cara de la cinta. Buscar mi sitio en la cinta.
Desde que Pitágoras pronunció la frase de que él no era filósofo, sino “aspirante a la sabiduría”, ésta se ha presentado siempre con la doble cara del hombre sensato y la del ingenuo. El sabio conoce la vida y sabe, por tanto, vivir; el ingenuo vive sin malicia, cree en exceso en las buenas intenciones de los otros y obra de buena fe, sin reservas (y sin un duro, habría que añadir).
Si seguimos las orientaciones que nos da nuestra querida cinta de Moëbius, habremos de pensar, de inmediato y sin reservas, que ni hombre sensato ni ingenuo, que ni una cosa ni la otra. ¿Por qué? Porque sencillamente cabe la posibilidad de que haya cosas… ¡que no tengan doble cara!.
La filosofía pretende ser un saber sin doblez ni oscuras intenciones: pero si puede que no haya un “dentro”, ni un “fuera”, ¿dónde están las intenciones?
Habría que ser un poco borde para no poner las cartas “sobre” la mesa. La historia de lo “interior” y lo “exterior” comienza con el filósofo francés Descartes. Este señor fue el que puso de moda -y la moda permanece todavía entre nosotros- pensar que lo está en nuestra mente es lo que explica lo que está fuera de ella. Que las cosas exteriores dependen de la medida matemática y de la relación que se pueda establecer con nuestra conciencia interna; ésa misma que cuenta hasta tres porque es capaz de recordar tres veces el número de ocasiones que ha olvidado lo que tenía que hacer hoy. Del olvido surge la aritmética, y de ésta, como si se proyectara lo imaginado dentro, en lo percibido fuera, las figuras espaciales “externas”. Nuestro interior traza, como a pequeños golpes, grupos de cosas “afuera”: es decir, los objetos físicos.
Pero las modas pasan. Esto lo sabemos. Lo que no sabemos es cuánto tiempo van a durar.
Platón, que vivió mucho tiempo antes que Descartes tenía el defecto contrario (¿contrario? ¿y si no hay “contrarios”?). Para aquél lo exterior era lo más importante y lo que explicaba las confusiones que tenemos en la cabeza. Bastaba estudiar esas cosas exteriores, las Formas, para darse cuenta de que nos desorientamos porque nos acostumbramos a ver los reflejos de esas Formas y no sus originales; pero todo ocurría fuera de la mente de los hombres, de hecho no había “mente”; no existía del todo, para ser más exactos.
Bueno, pero… ¿Quién tiene razón, Platón o Descartes? ¿Por quién nos “inclinamos”? ¿Por el moderno que puso de moda la conciencia, o por el antiguo hombre de anchas espaldas… y griego? Me temo que la cinta de Moëbius no nos será de gran ayuda porque si os fijáis caminando por ella suavemente notaremos que nos inclinamos del lado supuestamente contrario, poniéndonos “del revés”.
La respuesta podría estar aquí: “en el medio”. En el único borde.
Otro filósofo, E. Cassirer, decía que el ser humano “vive más bien en medio de emociones, esperanzas y temores, ilusiones y desilusiones imaginarias, en medio de sus fantasías y de sus sueños”, que en el objeto o en la persona en sí. Vamos, ¡que ya no podemos “enfrentarnos” cara a cara con las cosas físicas!
Y es que nosotros, los seres humanos, puede que no tengamos ni un interior, ni un objeto al que mirar de frente, sino que estemos en el “sitio del medio”, entre lo que creemos que está en nuestra mente y lo que vemos fuera; el lugar del hombre estaría, por así decirlo, como “en medio” del lenguaje, de sus mitos, de su ciencia y de su arte. Y esta podría ser la solución.
Le daré una vuelta más a la cuestión, “lo pensaré dos veces antes de tomar una decisión”; porque si os atrevéis a mirar la dichosa cinta, veréis que con una sola revolución no es suficiente.