Progreso sin fin y perplejidad necesaria

El arte contemporáneo, que dicho así, parece una forma de creación artística única y diferenciable de otras actividades humanas, se comprende mejor estudiando su sistema que contemplando algunas o muchas de sus obras concretas. La imagen de la izquierda es una obra de Frank Stella. En principio, y al observarla por primera vez, se queda uno perplejo y asombrado. Una especie de ironía o burla contra el arte anterior se está produciendo.

¿Esta perplejidad burlona, se dirige también a nosotros que hemos ido expresamente a verla? La siguiente pregunta que se nos puede plantear es: ¿Si alguien compra esta burla contra al arte anterior, es porque es o debe ser arte, o es porque es quiere impresionar y no sabe qué hacer con el dinero? Sobre algunas obras no hay duda.

Progreso sin fin y cambio de época

Tal vez H. Gadner tenía razón  cuando decía que el nuevo arte exigiría de todos más espacio físico y más espacio mental. Más espacio para introducir conceptos, preguntas, tiempo, reflexiones. Parece más una ocasión para filosofar que un conjunto de obras para disfrutar estéticamente. Y esto justamente puede ser: ¿y si el arte contemporáneo fuera filosofía?

Por eso creo que este tipo de arte refleja la crisis y el cambio de una época que ya no puede sostenerse con los mismos fundamentos con los que hasta ahora había aguantado. Y es la filosofía la que indaga estas cuestiones. Por lo menos hasta ahora.

La imagen superior representa una performance. La seriedad de los «actores» y los objetos que aparecen bastan para saber que se está denunciando alguna injusticia. Aquí no sería sino la expresión de una mala conciencia en el sentido marxista. Que el sistema disuelva estas denuncias y estas ironías burlonas es porque es su misma manifestación.

Progreso sin fin

Progreso sin fin e innovación constante deben de sorprender para ser eso mismo, ¡que estamos cambiando!, pasmo, susto; con un toque de ironía o burla respecto la historia. El término «presentismo» permanente, esto es, la continuada ruptura con el pasado, y la ausencia de proyección hacia el futuro creo que le hace justicia al fenómeno. Se hace presente, valga la redundancia, la herencia cartesiana del yo pienso; que no es otro que el yo pienso ahora estando siempre delante de mí como certeza. En el límite de la subjetividad se coloca el arte contemporáneo; encerrado «en sí» y siendo «para sí» sólo lo que todavía nos es aún desconocido, pero ciertos de que lo anterior ya no nos sirve.