La pérdida de la estética de Kant
Kant, allá por el siglo XVIII afirmó que son tres las capacidades humanas básicas: el poder cognitivo (la ciencia); el poder de la voluntad moral (ética) y el sentimiento del placer o dolor (la facultad de juzgar según lo bello o lo feo (estética). ¿Es la estética de Kant la que necesitaría una nueva antropología filosófica? ¿No se habrá perdido ya para siempre? ¿Qué podemos hacer con sus restos?
Estas tres facultades son los ámbitos de la vida clásicos que prácticamente desde siempre se han atribuido al ser humano; y sus objetos, es decir, a dónde se refieren esas facultades, son respectivamente: la verdad, el bien y la belleza.
La pérdida, y del sentimiento clásico y moderno
Cuando hacemos referencia a si un objeto nos gusta o no, lo que hacemos es un “juicio” estético o un juicio del gusto en general que nos produce dicho objeto. Por ejemplo, que nos gustó más esta película que aquella. Este tipo de frases u oraciones que son los juicios del gusto, están relacionados con el sentimiento de placer o dolor que experimentamos a partir de ver el objeto en cuestión, absoluta e independientemente, de todo pensamiento que contribuya a la interpretación de los objetos que vemos y que se dirija hacia la facultad racional de conocer y de alcanzar la verdad científica. O sea, sólo en el sector de la vida del hombre dedicado al conocimiento científico y a la búsqueda de la verdad, los conceptos racionales como los de “causa y efecto”, por ejemplo, pueden justificar y probar las hipótesis que el científico propone y que la experiencia verifica o contradice. En contraposición, el sentimiento de belleza que notamos al ver una película o escuchar una canción, “no sabe”, ni “conoce”, ni “explica” nada; el sentimiento por el que decimos si algo nos gusta o no, es subjetivo, nunca objetivo. Su realidad es interna, mental; no una cosa física y objetiva externa a nuestra mente.
Entonces…¿a qué se refiere ese sentimiento? Pues a lo que está dentro de nosotros mismos; en lenguaje filosófico: a nuestras representaciones, imágenes e ideas, creencias, recuerdos, etc. Por eso dice Kant que las afirmaciones del gusto son reflexivas o reflejantes, digámoslo cómo queramos. Son afirmaciones que se refieren a ideas en nuestra mente, por ejemplo; la idea mental que tenemos de cosa va acompañada de cierto sentimiento de placer: entonces decimos que la cosa nos gusta o que no.
La experiencia de la belleza o la fealdad es un tipo de experiencia interna que queda al margen de cualquier posible experimentación científica.
Según Kant, el hombre siente la necesidad de estar unido al mundo natural; y el estudio de éste, la ciencia, no es la única forma de unión. (Si es que podemos hablar de “unión” con la naturaleza cuando “sabemos” cómo funciona, cuándo sabemos qué “efecto” procede de tal “causa” , o cuando hacemos ejercicios de física que demuestran la ley de las áreas de Kepler.)
También lo es sentimiento interior, zona etérea del alma, reliquia de la religión; quizás Kant ya fuera consciente de que el conocimiento científico era muy útil y válido, pero a la larga, no llevaba implícito sentimiento alguno de unión con nada; y más bien correspondería a una forma de ser fría y calculadora.
La diferencia entre la actitud conocedora y científica del mundo y la actitud estética sobre el mismo, se encuentra en que, en esta última, lo natural lo percibimos como un todo unido a nosotros inmediatamente, es decir, nos sentimos unidos a ella sin que medie concepto o ley científica objetiva alguna que se refiera a nuestro mundo externo y físico. El sentimiento de unión con lo natural está dentro nuestro, y aunque no nos sirva para demostrar nada de lo que ocurre de verdad en los hechos, nos proporciona satisfacción en la forma de lo bonito; es como si la perspectiva del artista coloreara el mundo helado y estable de los eventos materiales, dotándolo del atractivo suficiente para que la vida se nos haga más llevadera.
Dice Kant que esta captación estética y sentimental de la naturaleza es desinteresada, es decir, no vemos el objeto bajo la necesidad de darle algún uso o alguna utilidad práctica. Sino que lo vemos bajo la única necesidad de disfrutar de él; como si fuera un fin en sí mismo y no un medio para conseguir otra cosa.
¿Significa todo lo dicho anteriomente que sobre la belleza no se puede hablar, ni razonar objetivamente, y cualquier debate sobre la belleza de una película, dado el caso, es vacío y absurdo?
Podemos comunicar nuestros juicios sobre una película por la sencilla razón de que todos los hombres tendemos a tener los mismos o parecidos sentimientos básicos sobre la belleza; hay una especie de “sentido común” bastante generalizado, aunque no exacto y matemático como el del conocimiento científico. Mejor dicho, tendemos a sentir que cualquiera vería bello lo que a mí también me lo parece; como si hubiera un modelo ideal de belleza que todos pudiéramos sentir en nuestro interior. Interior trasteado, trasegado y estratificado arqueológicamente.
La estética de Kant y la traslación a lo «mental»
La necesidad de sentirnos unidos con lo natural se revela también en la emoción de lo sublime.
Kant distingue dos acepciones del término “sublime”: a) una que significa la grandeza cuantitativa del universo, sus dimensiones desmesuradas, a la que llama, matemática; y otra b) que expresa las tremendas fuerzas físicas de lo natural, a lo que denomina: “sublime dinámico”, es decir, físico.
De la primera sobreviene una especie de pena o humildad; y de la segunda una clase de temor reverencial frente a algo que se considera superior en fuerza y poder.
Pero esto también tiene una consecuencia, paradójicamente: así y de este modo, el hombre puede imaginar, a partir de sus sentimientos interiores, grandes cosas y poderosas fuerzas. Pero este poder “imaginar”, como lo vive dentro, también se lo puede aplicar a sí mismo.
La humildad y temor nos indican, que también nosotros podemos hacer grandes y poderosas cosas: en el caso de que esto pudiera demostrarse, por supuesto. Y ya hemos visto que no se puede: los sentimientos estéticos, tanto lo sublime matemático como físico, son subjetivos, desinteresados e interiores.
Lo que se quiere decir es que estos sentimientos estéticos son la señal, la indicación o el síntoma de que, en efecto, podemos hacer grandes cosas, grandes obras artísticas, propias del gran genio o talento de la época, pero sólo en nuestro interior — algo de por sí casi contradictorio –, sin ánimo de lucro, sin ánimo de sentar cátedra y afirmar verdades, sino con el ánimo de procurar satisfacción y deleite en el admirador de la obra de arte. El talento artístico habla el lenguaje del corazón, es el espíritu de su época, en él se autorrealiza, goza y hace gozar. Sin embargo, no se cuenta con el hecho de que este sentimiento indicativo esté verdaderamente a nuestro alcance. Sencillamente porque no existe este interior entendido como «yo mental».
El sujeto que siente es una abstracción en el mejor de los casos. Y en el peor: hay que ir a buscarlo en otro lugar, se está trasladando, se distancia como un otro exterior, no interior, al que hay que dejar ser en su diferencia.
Pero este sujeto es por esencia «espiritual», «mental», un falso ideal y una ilusión secularizada del caldo de cultivo protestante que tanto contribuyó, como ya sabemos, a la formación del capitalismo. Este genio «cultural» (como sujeto espiritual, tan alemán) no existe. Sin embargo permite que las personas crean que todos tenemos razón y sentimientos subjetivos sobre lo bello y lo feo. Es puro humo. Esto deja al arte incapacitado para sintonizar con la naturaleza.
Enlaza: Cosmovisión postmoderna