Platón consideraba a los artistas enemigos del estado. Las imágenes que daban estos de la realidad en su Atenas decadente usaban palabras-imágenes para manipular el discurso político y confundir a la masa: la tragedia y la comedia, más los sofistas, eran los maestros de la manipulación y de la generación de la opinión cambiante ligada a los más bajos instintos. El estado iría todavía más sin rumbo claro si los artistas ocuparan el poder o ejercieran demasiada influencia en la gente.
Sin embargo, también consideraba que la propia naturaleza produce sus propias imágenes, de índole visual, auditivo, etc. Hay que decir que para Platón la palabra es una imagen, algo escrito que se ve y que se oye. Un significante, como diría Saussure. O sea que Platón sabía perfectamente que la naturaleza crea engaños, reflejos, colores falsos, puntos de vista, reflexiones, refracciones, y todos los demás efectos ópticos. E insisto, también ocurre con las palabras.
A excepción del polémico arte contemporáneo, el arte moderno al menos, sigue imitando la naturaleza deformándola a conciencia o sin saberlo. Porque ella está ya, en parte a menos, deformada. Terrible verdad.
Quizás por eso el arte contemporáneo transfiera la extravagancia de lo real, al artista mismo: él no se refiere a nada, sino a sí mismo y a su prestigio dentro del sistema de este tipo de arte.